viernes, 10 de mayo de 2013

Carlos Drummond de Andrade - Consuelo en la playa

Vamos, no llores...
La infancia está perdida.
La juventud está perdida.
Pero la vida no se perdió.

El primer amor pasó.
El segundo amor pasó.
El tercer amor pasó.
Pero el corazón continúa.

Perdiste el mejor amigo.
No tentaste ningún viaje.
No tienes casa, navío, tierras.
Pero tienes un perro.

Algunas palabras duras,
en voz baja, te golpearon.
Nunca, nunca, cicatrizan.
Pero, ¿y el humor?

La injusticia no se soluciona.
A la sombra de un mundo errado
murmuraste una protesta tímida.
Pero otras vendrán.

Todo sumado, deberías
precipitarte, definitivamente, en las aguas.
Estás desnudo en la arena, en el viento...
Duerme, hijo mío.-


Siempre que releo a Drummond, se despierta en mí una exaltación indefendible. ¿Cómo es que alguien puede expresar con tan contundente claridad la desesperación total? ¿Es justo que disfrutemos del hecho artístico cuando trasunta semejante dolor? La respuesta es evidente: es una protesta tímida. Y todos tenemos un perro que nos lame las heridas en algún lugar del corazón.